«Ayudamos a pensar»

«El alto rendimiento puede triturar», dice el psicólogo especializado en deporte. La importancia de quebrar prejuicios y darle lugar a la salud mental.

Ariel Scher – Fotos: Juan Quiles

Un test de orientación vocacional de esos que se multiplican en tiempos escolares le definió a Marcelo Roffé casi un mundo. Alguien le avisó que la inquietud más fuerte que le burbujeaba en la piel y en el corazón consistía en ayudar a la gente. Estudió, entonces, psicología y, ya sin test, vinculó ese camino con otro mundo entre sus mundos: el deporte, una pasión que lo atrapaba desde pibito.
El resultado mejoró y mejora la vida de muchas personas: mundo más mundo, se transformó en psicólogo aplicado al deporte, un referente mayor de la especialidad, autor de más de 20 libros expandidos dentro y fuera de la Argentina (en uno de ellos, «El penal mental, ¿preparación o suerte?», compartiendo autoría con Tobías Roffé, uno de sus hijos), alguna vez responsable del área en la selección argentina y ahora en la de Colombia, profesional valorado públicamente por grandes figuras, un innovador que hizo escuela, y que persevera en esa labor en medio de los prejuicios, las presiones y los sueños que enmarcan el territorio sobre el que trabaja. De todo eso, conversó con Acción.
–¿Qué hace la industria del fútbol con la salud mental?
–No le da un lugar muy importante. Tenemos casos muy cercanos, como el del Morro García, un futbolista que se suicidó, por ejemplo. Yo trato de no salir a hablar en esos casos, pero ahí salí a decir que se le da más relevancia a otras cuestiones –que tienen su valor, claro– que a la salud mental. Si vos tomás el fútbol de Primera en la Argentina, de 28 equipos solo 6 tienen un psicólogo. Eso dice mucho.
–¿Y por qué?
–Como decía Einstein, es más fácil destruir un protón que un prejuicio. Si bien en los 33 años que tengo de psicólogo y en los 30 que llevo trabajando en el deporte ganamos terreno, seguimos siendo amenazantes. ¿Por qué? Porque ayudamos a pensar. Y hay dirigentes y hay entrenadores que tienen claro que no les conviene que los jugadores piensen. Buscan automatizar todo: que no haya líderes, que no haya reclamos. Si pensás, entonces contestás y reclamás. Y eso no gusta mucho.
–¿Por qué, en este tiempo, acuden a un psicólogo los y las futbolistas?
–Existen demandas diversas. Los juveniles, que quieren llegar a Primera, están a la vez muy cerca y muy lejos: ven la cereza del postre, pero si te equivocás, perdés, ya que el mismo sistema te va ahorcando y eliminado. Luego, están quienes vienen por reiteración de las lesiones. Tenemos un protocolo de 25 preguntas, que incluyen desde las psicológicas hasta el uso del tiempo libre o la alimentación, dado que siempre trabajamos con interconsultas. Otro foco es el murmullo de la gente ante el error: jugar de local, cometer errores y bloquearse frente al murmullo de la gente; jugar de visitante y sentir incomodidad porque no están en su casa. Después, hay quienes sufren problemas de concentración: se les va la atención en algún momento de la competición. Está, también, la dificultad para la toma de decisiones: dudas, miedos, inseguridad. A mayor confianza hay menos miedo, o sea que en esos casos corresponde trabajar la autoestima. Y la resiliencia: enfrentar la adversidad, superarla y salir fortalecido. En general, quien llegó a Primera es resiliente, pero hay que mantenerse. Otra cosa dificilísima es representar a un país o jugar en un club grande. También eso motiva consultas.

–¿El alto rendimiento puede dañar la salud mental?
–Te puede triturar. Como en la película The Wall, que van cayendo los muñequitos: es una trituradora de carne. Lo venimos diciendo en congresos, en libros y en notas desde hace 30 años. Y está cada vez peor porque cada vez hay más dinero. Te trituran la dictadura del resultado y el componente psicopatológico inherente a esa dictadura del resultado porque no se valora el proceso, solo si ganaste o perdiste. Son valiosos los protagonistas que manifiestan sus problemas –y pienso en un futbolista como Andrés Iniesta, en una tenista como Naomi Osaka, en una gimnasta como Simon Biles, en el basquetbolista Ricky Rubio, entre muchos– y supieron pedir ayuda. Le dan un ladrillazo en la cabeza a la gente común porque avisan que no son máquinas: son seres humanos antes que deportistas. 
–Y, al revés, ¿cabe la felicidad en el alto rendimiento?
–La obligación aplasta al placer, la capacidad de disfrute. Cuando entrevistás deportistas de élite y les preguntás si disfrutaron, te dicen «después del 4 a 0, los últimos ocho minutos». Es decir, nunca o casi nunca. No disfrutaste nada. Los psicólogos del deporte trabajamos para que sea posible rendir bajo presión, sentirte bien bajo presión y disfrutar bajo presión.
–Un libro ya clásico tuyo, al que muchos apelan, es Mi hijo, el campeón, que refiere al papel del entorno familiar en la construcción del deportista. ¿Cómo retratarías ese entorno?
–Ese es un libro sencillo que hicimos con dos colegas y que circuló más que todos. Incluso, hace cuatro años, en Colombia le agregaron «Mi hija, la campeona» al título. No es una problemática sencilla: el 90% de los padres son o somos desequilibrados. Esto quiere decir que, en vez de ayudar a los hijos y a las hijas a que disfruten con el deporte, son indiferentes, son sobreprotectores, son entrenadores en la banda, son exitistas, son doble mensaje, son hipercríticos, son dirigentes, son son son. Y lo único que logran es alejar del deporte a quien tanto aman o dicen amar. Y el deporte es un espacio de cultura, un puente a la educación, un puente de valores; pero, como esos padres están quemados y lo único que quieren es la alta competencia, entonces ahí se genera el problema.
–Vos trabajaste con muchos deportistas que hicieron público ese trabajo. ¿Cómo resisten los que brillan en la elite?
–Si tengo que elegir características de los campeones, son la humildad, la resiliencia y la mentalidad ganadora. La humildad, claro, por no conformarse y tener autocrítica. La resiliencia, por no rendirse. Y la mentalidad ganadora, por querer más, por ponerse nuevas metas.
–¿Qué distingue, además de la temática específica, al trabajo de los psicólogos del deporte dentro de la psicología en general?
–Cuando empecé, encontré algunos prejuicios. Tenían que ver con mi formación en el psicoanálisis. Freud y Lacan prácticamente no nombran la palabra deporte. Pero sí hay textos de Freud que aportan y mucho como «Los que fracasan al triunfar». Cierto que nuestro campo de intervención es más cognitivo conductual. Es más aquí y ahora, en este momento. En el alto rendimiento, los tiempos no te ayudan. No hay tiempo. A veces, no tenés que ir muy profundo sino a mejorar el síntoma pensando en el próximo partido.

–Hace poquito, en una nota en el diario español El País, el entrenador chileno Manuel Pellegrini sugirió que los futbolistas deberían mirar menos las redes sociales. ¿Cómo atraviesa ese fenómeno a la labor de un psicólogo deportivo?
–Es una frase que pone sobre la mesa un tema que venimos investigando. Está en el libro Salud mental y psicología del deporte: fundamentos prácticos y lo planteamos en el Congreso de Psicología del Deporte en España, ya en 2019. El filósofo surcoreano Byung Chul Han dice que el «amén» de la iglesia fue sustituido por el «Me gusta» de las redes. Ahí aparecen los odiadores, ahí aparecen casos como el de la nadadora Delfina Pignatiello, quien dejó la actividad por este odio de las redes después de una importante competencia. Nosotros lo abordamos como una presión más. Que cada vez tiene más pregnancia. Por ejemplo, recomendamos que el día anterior y el día posterior a competir no se conecten a las redes. Y lo mismo por WhatsApp. Que se aíslen. Por lo nocivo. Tengo deportistas que han silenciado los comentarios en Instagram. Una vez vino llorando a una sesión un jugador que entró diciendo «mirá lo que me pusieron: ¿cómo, con esa cara, podés tener esta novia?». Entonces, le dije que hiciéramos dos cosas: primero, que viéramos por qué lo afectaba tanto que un anónimo dijera esas cosas y, segundo, que cerrara Twitter hasta que no tuviera claro por qué tanta angustia.
–Otra obra clásica tuya es ¿Y después del retiro, qué? Salud mental y resiliencia en el deporte. ¿Cómo se aborda el después de la cancha?
–Siempre es traumático. Hay que evitar que pase a mayores. El vacío que se produce en el deportista de elite después de haber estado en una burbuja es irremediable e insustituible. Es un duelo que hay que hacer. En ese libro, investigamos sobre 130 deportistas y comprobamos que solo dos de cada diez se preparan para el retiro. Así que decidimos cambiar el concepto. Hace un tiempo trabajé en el club Lanús, un trabajo que ahora continúa gente muy capaz. Y nos pusimos a hacer talleres sobre el retiro entre los 13 y los 20 años. Me preguntarás por qué hacerlo con pibes de esa edad, en un contexto en el que 7 de 100 llegarán a Primera. Sí, claro: a esa edad. Porque los preparamos para la vida. El retiro es prepararte para la vida. Hay una frase que es lamentablemente cierta: «Conocí a muchos cracs que hoy son delivery». Tenemos que reducirla. Y hacerlo en una economía que cada vez es peor, en un país que cada vez se hunde más en la pobreza, en un contexto mundial muy difícil dentro del cual el fútbol o el boxeo aparecen como tablas de salvación individual. Los talleres que allí empezamos referían a cine, a poesía, a música, a planificación familiar, a sexualidad, talleres enfocados más allá de patear bien la pelotita, más allá del rendimiento. Tomar al ser humano y ayudarlo a ser mejor persona, llegue o no llegue. Los testimonios sobre el retiro son muy fuertes. Incluso hay jugadores que se preparan haciendo otras carreras y haciendo terapia, pero el retiro les cuesta mucho.